Ayer ganó Eurovision Nemo, el representante de Suiza, con 591 votos. Pero como ha sucedido otras veces, los votos de los jurados y los del voto popular (el llamado televoto) fueron bastante diferentes. La canción ganadora "The Code", quedó primera de manera rotunda entre los jurados, al recibir 365 votos el 84% de un máximo posible de 432 (podía recibir un máximo de 12 puntos de 36 países, los 37 que votaban menos la propia Suiza). En cambio, quedó quinta en los votos de los espectadores, con 226 votos, un 51% del máximo posible (en este caso 444 votos, porque además de los 37 países participantes, había un voto del "resto del mundo"). Hay otras discrepancias llamativas entre jurados y votos populares: Portugal quedó séptima para los jurados (139 puntos) y la vigésima (13 puntos) para el público. El Reino Unido quedó en posición 13 en el voto de los jurados (46 puntos), y la última, con 0 puntos, en el voto del público.
Pero la discrepancia más sonada, sin duda, teniendo en cuenta las circunstancias en las que se ha celebrado el festival, con la controversia sobre la participación de Israel, es la que se ha producido en torno a su canción. Para los jurados, quedó en un discreto décimosegundo puesto (52 puntos), pero en el televoto obtuvo el segundo puesto, con 323 puntos, un 73% del máximo posible, y a solo 14 del ganador en esa parte del voto (que fue Croacia, con 337 votos). Israel quedó primera en el televoto, con12 puntos, en 15 países (incluyendo entre otros al "resto del mundo" y a Francia, Italia, Alemania, Reino Unido, Suecia, Suiza, Bélgica, Países Bajos, y España), y quedó segunda en otros siete.
Como era de suponer, en mi breve visita matinal a las redes sociales me he encontrado con muchas reacciones hiperbólicas a este contraste entre el voto del jurado y el voto popular. Todas ellas parten de la suposición, creo que razonable, de que el voto popular hacia Israel tiene poco que ver con los méritos musicales de la canción (que cada uno puede juzgar viendo su actuación y la de las otras canciones en puestos altos de la clasificación). Creo que se puede dar por bueno que una parte importante de las personas que han votado a Israel lo han hecho como respuesta a la petición de boicot o expulsión del festival, e indirectamente como apoyo a la política actual del gobierno de ese país en la guerra en Gaza.
A partir de ese rasgo común, claro, las intepretaciones discrepan. Algunos leen el resultado entusiásticamente como una prueba del apoyo popular en Europa a las acción del gobierno de Israel, y como una refutación de las élites intelectuales, los manifestantes universitarios, los rectores de las universidades españolas, Greta Thunberg, y en general los grupos "progres" con mucho altavoz mediático, que parecen monopolizar la esfera pública, pero que a la hora de la verdad se demuestra que no cuentan con demasiado apoyo social. Algunos incluso sospechan de que en realidad los jurados han actuado de manera concertada para dar pocos puntos a Israel, porque sospechaban que si le daban una buena puntuación algo más alta, con el inmenso apoyo popular, Israel podría fácilmente ganar el festival.
Por el otro lado, entre aquellos que llevan tiempo escribiendo y opinando vehentemente contra las acciones del gobierno de Israel, aparecen las voces que miran con horror el resultado de la votación, se lamentan en particular de los 12 puntos dados por España ("somos lo peor" y otras frases más contundentes), y se sienten perturbados por la constatación de que a su alrededor hay una buena parte de la población que parece apoyar lo que ellos encuentran que son comportamientos atroces.
En realidad, claro, tanto unos como otros harían bien en calmarse porque se puede decir alto y claro que, incluso en el supuesto más extremo de que todos y cada uno de los votos a favor de la canción israelí tuviera motivaciones políticas, y no musicales, el resultado nos dice exactamente cero cosas de valor respecto a lo que piensa la opinión pública europea en torno a las acciones del gobierno de Israel, por múltiples razones. La primera y más importante, mil veces dicha, pero hay que repetir una vez más: independientemente de cuántas personas hayan votado (luego vuelvo a eso), estamos ante una muestra de la población autoseleccionada, gente que ha elegido participar en la votación y no ha sido seleccionada al azar. Una muestra compuesta, en proporciones que desconocemos, por personas que suelen votar en Eurovision, porque les gusta el festival, y por personas que no suelen hacerlo pero este año han decidido participar precisamente por la controversia política, para mostrar su apoyo a Israel. Además, el sistema permite emitir hasta 20 votos por cada participante, a un mismo o a distintos cantantes. Es fácil pensar que el segundo grupo de votantes habrá emitido, más frecuentemente que el primero, múltiples votos por Israel (así lo cuentan orgullosamente algunos en redes sociales).
Por otra parte, hay dos cosas muy importantes que no sabemos sobre la votación: cuántos votantes participan, con cuántos votos, en cada país, y qué porcentaje de los votos tiene cada una de las canciones que recibe algún punto. Obviamente, la organización tiene esa información, pero no nos la cuenta, probablemente porque le quitaría el aura de solemnidad y autoridad a la votación.
Pero podemos hacer alguna cuenta de andar por casa. Sobre lo primero, pensemos que la audiencia media de Eurovision debe de andar por debajo del 10% de la población de los países participantes (el año pasado la audiencia media de la final fue de 54 millones de personas, y en un cálculo rápido la población de los países participantes está en torno a los 575 millones). Vamos a suponer que uno de cada cuatro espectadores tiene suficiente interés como para gastarse un dinerillo en votar, una o más veces. Estaríamos hablando de unos 13 millones de personas, que repartirían sus votos entre 25 finalistas. Lo típico en estas situaciones es que cuatro o cinco favoritos concentren la mayoría de los votos, y el resto estén muy repartidos. En esas condiciones, posiblemente en muchos países, el ganador "douze points", esté recibiendo menos de un 20% del voto popular. Es decir, que un ganador abrumador en votos populares podría estar teniendo los votos de tal vez dos o tres millones de personas, menos del 1% de la población total de esos países. Trasladando esas cuentas a España, por ejemplo, hablaríamos de unos 4,7 millones de espectadores, 1,2 millones de votantes, y tal vez 250.000 personas, alrededor del 0,5% de la población española, votando por la canción ganadora.
Las cuentas anteriores están hechas pensando en un año típico en el que no hay factores extraordinarios que lleven a personas sin interés por el festival a votar. Si imaginamos ahora que ciertas personas deciden participar solo por una motivación política, para apoyar a un país por cualquier motivo, y que no les importa gastar un dinero extra y votar 20 veces, vemos que bastarían, por ejemplo, en España, 15.000 o 20.000 personas motivadas, para empujar a una canción a la primera posición. Y eso sin pensar en la posibilidad, no imposible, pero creo que poco probable, de la acción concertada para comprar votos.
[Addenda: gracias a @SergioSangiao en Twitter descubro después de publicar este texto que hay datos oficiales del
número de votos emitidos en España varios años, publicados por RTVE
por la ley de transparencia. Entre 2017 y 2022, el año con valor más alto, nunca pasaron de 80.000 votos (muchos menos votantes). Por lo
tanto, mis estimaciones de servilleta parece que eran muy generosas, y en realidad, con gente dispuesta a emitir 20 votos, el número de personas necesarias para conseguir los 12 puntos puede que no llegue ni a 5.000]
Pensar que cualquier cosa que salga de ahí tiene algún valor como medida de la opinión pública europea o española es de locos. Entiendo que muchos de los que muestran ahora su alegría por los resultados son conscientes de todo esto y escriben entusiasmados simplemente para trolear. Los que se rasgan las vestiduras no estoy tan seguro de que se den cuenta de que sufren sin necesidad. Como decía más arriba, esto nos dice exactamente cero sobre el apoyo popular al gobierno de Israel, y unos y otros deberían dejar de sacar conclusión ninguna sobre el asunto.
Como curiosidad, si quieren ver en acción la diferencia entre una muestra autoseleccionada, y muy motivada, y una muestra aleatoria, les invito a leer lo que escribí hace dos años para Cuadernos de Periodistas, en relación precisamente con el Benidorm Fest. Entonces Tanxugueiras, Chanel y Rigoberta Bandini obtuvieron resultados muy distintos en ambas votaciones, cosa que sabemos gracias a la transparencia de RTVE, que la UER desgraciadamente no tiene. Pero el caso ilustra perfectamente cómo una minoría movilizada puede alterar significativamente el resultado de una consulta de tipo televoto. Y cómo, por tanto, lo de ayer no tienen ningún valor para saber nada sobre la opinión pública en España ni en ningún otro país.