18 de noviembre de 2005

Farfolla económica

A veces tengo complejo de ser un tío enrabietado y demasiado qusquilloso. Para aliviar mi conciencia, y desviar los posibles odios que esta página despierte hacia otros pararrayos, me permito reproducirles aquí un largo texto que me ha enviado un lector (gracias JdJ). En él se despacha a gusto (y básicamente, creo, con razón, aunque no estoy seguro respecto a los años) con una noticia económica que incurre en varios vicios típicos de esa especialidad, aunque, todo hay que decirlo, viene de un medio online que no es ni mucho menos un modelo de rigor.

Interesante titular: «El incremento de precios de los pisos cae doce puntos desde sus máximos de 2003». Hay un montón de cosas que comentar aquí.

En primer lugar: incremento... ¿de precios? En buena teoría morfogramatical, si un incremento es de los precios, eso quiere decir que todos los precios se incrementan en la misma medida (sea ésta absoluta o relativa). Por ejemplo: «el envejecimiento de mis hijos». Todos los hijos envejecen y, además, todos lo hacen un año cada año.

Pero los precios de los pisos no se incrementan todos igual. En realidad, el titular debiera decir: el incremento del precio de los pisos. Admisible elusión de «medio» o «promedio»: cualquiera entiende que «el precio de los pisos» equivale a «el precio medio de los pisos». Pero el incremento no se puede referir a los precios.

En segundo lugar: lo más importante. Ésta es una pregunta digna de Arquímedes: ¿puede un incremento caer? O sea, la bala de cañón que es disparada con un elevado ángulo de tiro, ¿acaso decimos que sube primero, luego su subida cae, y luego empieza a caer la propia bala en sí? Más bien no. Lo que todos entendemos, desde Newton, es que los cuerpos sometidos a la fuerza de la gravedad y arrojados hacia arriba primero suben y luego bajan. Es cierto que esa subida se decelera progresivamente, se ralentiza. Pero no cae. Una subida no cae, porque cuando una subida cae, ya no es subida: es bajada.

Todo parece indicar que el redactor (redactora, parece) de la noticia tenía muchas ganas de armar el típico titular efectista: necesitaba la conexión precio de los pisos + caída. Pero, ay, su propia tabla la desmiente: en Madrid el precio medio de los pisos sube menos que antes, pero aún lo hace un respetable 8,9%, lo cual viene siendo aproximadamente tres veces la inflación anual. Que no está nada mal o, mejor dicho, sigue sin estar nada bien.

Tercer lugar: esto es una boutade, en realidad. Volviendo a la gramática, este titular es un ejemplo muy claro de la soberana tontería que han cometido los medios españoles malinterpretando (por cierto) aquella famosa consulta de la Real Academia sobre si a partir del año 2000 deberíamos escribir de 2000 o del 2000. En parte por torpeza de la Academia, que no supo tomar una posición clara, en parte por las ganas de los medios de hacer idioteces con el idioma, se consagró este fistro de quitar el artículo. Lo cierto es que si empezamos a contar desde el año 1 que se inventó Dionisio el Exiguo (un monje que no tenía muy clara la idea del número cero, y de aquellos polvos vienen los lodos actuales de que el personal no sepa cuándo empiezan y terminan las décadas, las centurias y los milenios), ponemos a comprobar cómo decimos. Decimos: el año 1, el año 2... (o sea, no: año 1, año 2...). Al llegar al 100 seguimos con la matraca, y en el 1.000 también. En 1.100 la cosa todavía no ha cambiado y, por alguna razón, entre el año 1.200 y el 1.300 (no lo tengo yo muy claro) es donde la cosa cambia: decimos: en 1.200, en 1.201, en 1.202, etc.

Cualquier regla numérica demostrará, pues, que en nuestro idioma el artículo es la regla, y su elusión la excepción. Por lo demás, puesto que un nuevo milenio retoma la cuenta hecha en el año 1.000, la lógica llamaría cuando menos a retomar la técnica ya usada (por una mínima coherencia) y poner el artículo por lo menos en los próximos dos siglos.

Pero es que, además, está el problema de la confusión. Confusión que nace de que los hablantes del castellano no están acostumbrados a elidir el artículo en los primeros años de un milenio. Y aquí está la boutade.

Léase de nuevo el titular, especialmente en voz alta: el precio de los pisos cae doce puntos desde sus máximos de 2003. ¿2003 puntos? ¡Eso sí que fue una subida, pardiez!

Cuarto lugar: vamos a ver: ¿cómo puede un incremento tener máximos? El Excel tiene una función que se llama MAX, que te exporta el valor máximo de un rango de valores que le definas. Yo me pregunto: ¿cómo es posible que sólo exporte una cifra? Lo digo porque este titular nos descrubre que, cuando tenemos diversos guarismos (por ejemplo, incrementos porcentuales), éstos tienen MÁXIMOS, o sea, varios. A mí mis profesores de matemáticas, que quizá eran tontos del culo porque eran curas, me enseñaron que máximo hay sólo uno, y a ti te encontré en la calle.

Quinto lugar: ya, como el gallego del chiste, meramente por joder. ¿Por qué los precios inmobiliarios se miden por promedios? No soy estadístico, pero tengo la sensación de que, para que un promedio sea válido, el tasador que hace el estudio debería garantizarse que los pisos estudiados son representativos cuantitativa y cualitativamente. Esto es, que la distribución real de la oferta inmobiliaria de Madrid entre barrios más baratos y más caros, entre pisos más grandes y más pequeños, entre inmuebles mejor y peor equipados, es la adecuada. Para ello supongo que habría que coger el censo del 2001, hacer números y luego adaptar la muestra a la distribución obtenida. Lo contrario es correr el peligro de que el promedio contenga sobreestimaciones: que sobreestime, por ejemplo, el precio de las viviendas si el tasador tiene una especial presencia en el barrio de Salamanca, o en el de Mirasierra, o en La Moraleja. O el precio se sobreestime caso de que el autor del estudio sea un hacha en Villaverde Bajo.

Como no le vamos a pedir a las firmas de tasación que sean tan precisas y se gasten tanta pasta en un estudio, ¿por qué no hacer una de dos cosas? La primera, que no veo que hagan los tasadores ni la prensa, es publicar las desviaciones típicas de los promedios. La segunda, no utilizar promedios sino medianas. Esto es lo que ha hecho, por ejemplo, el Banco de España en su Encuesta Financiera de las Familias, ante la sospecha, confesada por sus autores, de que en la muestra tomada podrían estar ligeramente sobrerrepresentados los hogares de mayor renta.

De todo lo dicho por JdJ me quedo con dos puntos. Primero, que es tristemente frecuente la confusión entre reducción del ritmo de crecimiento y caída o decrecimiento. Segundo: que yo también pienso que para muchísimas series estadísticas es mucho más informativa la mediana (el valor que ocupa la posición central, después de ordenar todos los casos de menor a mayor, de tal forma que la mitad de los casos tienen un valor inferior y la mitad tiene un valor superior) que la media, pero no sé muy bien por qué razón no se usa apenas en las estadísticas oficiales españolas (ni en consecuencia en la prensa), al contrario que en otros países.

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