Alguna cosa no acaba de funcionar en los templos del saber y la investigación. A pesar del indudable avance en aras de la igualdad, las mujeres aún sufren una persistente discriminación y apenas han conseguido penetrar en los ámbitos de decisión del sistema universitario y científico.Ambos textos toman una buena parte de sus datos, y sus razonamientos, de un Documento sobre mujeres y ciencia, publicado por el Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona (UB).
El problema es que tanto los datos como los razonamientos son defectuosos. Empecemos por los datos. Con textos parecidos, las dos noticias contienen esta afirmación clave:
...aunque las mujeres representan casi el 60% de los licenciados, únicamente el 12% de los puestos de catedráticos están en manos femeninas...En el segundo reportaje, incluso, se ilustra el contraste con un gráfico que ilustra sobre el porcentaje de mujeres entre los licenciados, los doctores, los titulares (ronda el 34% si no recuerdo mal) y los catedráticos (el famoso 12%). Lamento no poder reproducir el gráfico, que aparecía en papel, pero no en la versión electrónica de El País.
¿Dónde está el problema de esos datos? No en que sean falsos (no los he comprobado), sino en que son engañosos, por dos razones. La primera es que se compara la proporción de mujeres entre los alumnos que se licencian cada año actualmente, con la proporción de mujeres entre todos los catedráticos de universidad existentes actualmente, pero que fueron nombrados catedráticos en los últimos 20-25 años, y por tanto, son el resultado acumulado de la discriminación contra la mujer existente en décadas anteriores. En términos económicos diríamos que se está comparando un flujo y un stock. La comparación pertinente sería, en todo caso, entre los licenciados del año más reciente y los nombrados catedráticos en el año más reciente.
Y lo cierto es que las cifras de catedráticas nombradas cada año son fácilmente averiguables con una breve visita al BOE. Según un cálculo aproximado basado en los títulos de las resoluciones, en 2003 se nombraron 61 catedráticas, y 296 catedráticos, lo que hace un porcentaje de catedráticas todavía muy bajo, del 17%.
Pero ni siquiera eso sería correcto. Porque, en segundo lugar, para ser catedrático no basta con ser licenciado. Hay que ser doctor, y normalmente se tarda un mínimo de 10 años y más frecuentemente 15 ó 20 años desde el doctorado hasta conseguir la experiencia y el curriculum suficiente para llegar a una cátedra. Por lo tanto, para ver la dimensión de la supuesta discriminación actualmente existente, y no la que es resultado de discriminaciones antiguas, habría que comparar la proporción de mujeres entre los catedráticos nombrados actualmente, con la proporción de doctoras entre los que obtuvieron el doctorado hace, pongamos, unos quince años. Ese dato es bastante más difícil de conseguir. Según este documento, en 1976 las mujeres representaban el 22% de los doctorados, y en 1999 habían subido hasta el 42%. A falta de otros datos, podemos suponer que hacia finales de los ochenta la cifra rondaría el 33%.
Por tanto, la comparación (aproximada) correcta para medir la supuesta discriminación actual en el acceso a las cátedrás sería entre aproximadamente un 33% de doctoras con unos 15 años de antigüedad y un 17% de catedráticas nombradas en el año 2003. Es una diferencia notable, pero mucho menor que la diferencia 60-12 de la que habla la noticia (y, lamentablemente, el informe de la Universidad de Barcelona).
Pero incluso ese contraste debe ser hecho con cuidado, porque la diferencia puede deberse a causas variadas, incluyendo, efectivamente, la discriminación laboral (es decir, que a igualdad de méritos docentes e investigadores más hombres que mujeres sean promocionados a la categoría de catedráticos), pero también, por ejemplo, a que haya más mujeres que hombres que hayan dedicado menos tiempo a lo profesional y más tiempo a lo familiar. Naturalmente, esta diferencia puede deberse, a su vez, a variadas razones: una opción libre de las mujeres, o un reparto desigual de las cargas familiares aceptado pero en realidad no deseado, más o menos "impuesto" por sus parejas masculinas, o separaciones o divorcios en los que ellas han quedado básicamente al cargo de los hijos.
En definitiva, el 12% de catedráticas es el resultado de nombramientos hechos en los últimos 20-30 años, de personas que a su vez se doctoraron entre, aproximadamente, 1960 y 1990. No es válido en absoluto para medir la discriminación actual de las mujeres en la universidad.
Algo más valioso es el dato del 17% de catedráticas nombradas en 2003, pero un análisis serio y no propagandístico debe entender que ese dato también es el resultado de varias cosas: discriminaciones pasadas (por las cuales, hace unos 15 años, sólo el 33% de los doctores eran mujeres); desigualdades entre hombres y mujeres no relacionadas estrictamente con la universidad, como las que existen en la dedicación a la vida familiar y laboral, y que pueden ser en parte voluntarias y en parte involuntarias; y también, por supuesto, seguramente, discriminaciones actuales del sistema de promoción universitario.
Es lamentable que las profesoras universitarias que aparecen citadas en el artículo no hagan estas distinciones, para poner las cosas en sus justos términos. Y es triste, pero seguramente esperable, que la periodista no sea capaz de cuestionar los datos ramplones que le han dado.
Comentarios hasta el 27-12-09
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